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Mostrando entradas de 2021

Abismo. Parte II.

Siento el suelo tembloroso del vagón en movimiento bajo mis pies. Apoyo mi brazo izquierdo sobre el mismo para no llegar a caer y abro los ojos. Solamente veo una mancha borrosa de vegetación que simula marchar hacia atrás a gran velocidad ante el desplazamiento de la locomotora. Aunque tengo la sensación de que ha pasado toda una vida desde que he tomado impulso para saltar, tan solo han transcurrido unas milésimas de segundo. Por eso me sorprende todavía más sentir un brazo rodeando mi cintura. Desvío mi mirada hacia la dirección contraria a la que se dirigía y me lleva unos segundos acostumbrarme a la oscuridad. Cuando por fin puedo distinguir formas entre las sombras, lo primero que consigo observar es un extraño brillo pícaro en unos ojos marrones que me incitan a besarlo de nuevo, sin siquiera llegar a mediar palabra. Cuando nuestros labios logran separarse, me quedo observándolos en un estado de ensimismamiento. Soy incapaz de calcular cuánto tiempo ha transcurrido. Podrían habe

Abismo

El precipicio se interpone en mi camino.  Me detengo y barajo rápidamente mis opciones. Puedo cerrar los ojos y saltar al vacío; es tal la profundidad que mis ojos no alcanzan a ver qué espera para amortiguar mi caída. También puedo volver por el mismo camino por el que he llegado a este punto, pero no considero que sea interesante desandar el camino andado. Además, citando a Antonio Machado: Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar. La decisión es más que evidente; está más que tomada: Cierro los ojos y doy un paso al frente. Sin mirar atrás. Durante la caída siento acelerarse mi pulso; en el vacío, las revoluciones a las que late mi corazón son millones por minuto.  Y mientras caigo, escucho en voz de Ricardo Cocciante: Y ahora siéntate, ahí de frente a mí. Escúchame

Destino

Es ese capricho incomprensible del destino el que me aferra a ti. Sí, no puede haber otro motivo para que la imagen de tu rostro esté conmigo allá donde quiera que yo esté. Esta es la única razón que se me puede ocurrir en esos breves intervalos en los que no estoy pensando en ti. Claro, que en realidad sigo pensando en ti… Pero al menos no en esa sonrisa de cabrón que refleja tu cara pero que a mi estúpida irracionalidad le encanta. Ni en esos labios que muero por besar a cada instante. Ni en esa voz que me pone nerviosa cada vez que la escucho. Ni en por dónde empezaría a desnudarte si te tuviera delante. Ni en cómo me gustaría que me follaras… Tiene que ser un puto capricho del destino que mi capacidad de concentración se haya esfumado. Que esté comprobando a cada segundo si me has escrito… Sí, evidentemente en la mayor parte de las ocasiones, tengo la respuesta a ello incluso antes de revisarlo; NO. No me has escrito, y jamás sabré el por qué… Porque sé que tarde o temprano vas