Siento el suelo tembloroso del vagón en movimiento bajo mis pies. Apoyo mi brazo izquierdo sobre el mismo para no llegar a caer y abro los ojos. Solamente veo una mancha borrosa de vegetación que simula marchar hacia atrás a gran velocidad ante el desplazamiento de la locomotora. Aunque tengo la sensación de que ha pasado toda una vida desde que he tomado impulso para saltar, tan solo han transcurrido unas milésimas de segundo. Por eso me sorprende todavía más sentir un brazo rodeando mi cintura. Desvío mi mirada hacia la dirección contraria a la que se dirigía y me lleva unos segundos acostumbrarme a la oscuridad. Cuando por fin puedo distinguir formas entre las sombras, lo primero que consigo observar es un extraño brillo pícaro en unos ojos marrones que me incitan a besarlo de nuevo, sin siquiera llegar a mediar palabra.
Cuando nuestros labios logran separarse, me quedo observándolos en un estado de ensimismamiento. Soy incapaz de calcular cuánto tiempo ha transcurrido. Podrían haber pasado horas o tan solo un segundo; para mí, el tiempo se ha parado. Realmente, podría haberse acabado el mundo; sería indiferente para mí. Sin desviar mi mirada de sus labios, los recorro suevamente con mi lengua. Separo mi cabeza de la suya y por fin lo observo a una distancia que me permite contemplar su rostro completo; no mucho más. Mientras lo observo, ladeo ligeramente la cabeza hacia la derecha y me retiro un mechón de cabello detrás de la oreja. Su mirada es hipnótica, no puedo romper ese extraño hilo invisible que me impide modificar la dirección a la que se dirigen mis pupilas. Acerco mi mano derecha a su rostro y deslizo mis dedos índice y corazón en sentido descendente desde su frente hacia su barbilla, acariciando la barba que cubre su cuello con el dedo pulgar.
De repente, siento su mano firme agarrando mi cabello y sus dientes mordiendo suavemente mi labio inferior. Una corriente maravillosa, que me hace sentir feliz, recorre todo mi cuerpo. En ese momento, tengo perfectamente claro que no deseo que nuestros cuerpos se separen ni siquiera un milímetro. Me doy cuenta de que su mano, que continuaba aferrando mi cintura, ha comenzado a descender con decisión hacia mi cadera. Me agarra fuertemente el culo y me acerca hacia él. Nos encontramos tan cerca que puedo sentir su erección en mis muslos mientras desliza sus manos por mi cuerpo.
Comienzo a recorrer su cuello con mis labios cuando de repente el estrepitoso sonido de la bocina de la locomotora nos sobresalta. Las luces se han encendido y el tren se ha detenido. Recorremos el vagón con la mirada y vemos aproximarse a un hombre vestido con traje azul marino y la característica gorra oscura con ribete dorado que no da lugar a dudas sobre su identidad. Siento un tirón en mi brazo y me veo corriendo a lo largo del vagón y en dirección contraria a la del revisor. Escucho caer algo detrás de mí, y el estruendo de varias voces gritando a la vez, pero no me giro por temor a caer. Sólo sigo corriendo en la dirección que empujan de mi brazo, hasta que dejo de sentir el suelo del vagón bajo mis pies.
Qué equivocados estamos cuando creemos ser poseedores de la única verdad, coincidente con una realidad que únicamente está presente en nuestra imaginación. Qué poca capacidad de dotar de perspectiva la realidad tenemos cuando pensamos que aquello que está en nuestra cabeza es lo único totalmente cierto. ¡Y qué ciegos al no ver todo lo que se muestra! Porque en realidad no está oculto, sólo nos engañamos en taparlo con un fino velo. Pero lo más lamentable es que en numerosas ocasiones sólo somos conscientes del límite de ocultación de la realidad que ha reflejado nuestra mente cuando el transcurso del tiempo nos ha obligado a cambiar de perspectiva. Sin embargo, en numerosas ocasiones, esta nueva perspectiva implica una visión más cruel, y ahora sí, certera, de esa realidad que en otro tiempo nos empeñábamos en ver. ¿Qué más da si transcurrido el tiempo somos conscientes de nuestros errores? ¿Qué importa a tiempo vencido entender esa realidad, si los sentimientos ya no tienen cabida? Lo...
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