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Mostrando entradas de septiembre, 2019

De ensueño

        - ¿Te encuentras bien? - escucho que me preguntan. No respondo, me niego rotundamente a ello. No quiero que nadie me saque de este sueño ligero en el que me encuentro. Es en ese estado en el que no se llega a estar dormido, pero tampoco completamente despierto. Los sueños e ilusiones inundan mi mente, pero tengo conciencia de todo lo que sucede a mi alrededor.    - Pero, ¿qué te pasa? - insiste de nuevo su voz, denotando un tono de preocupación cada vez mayor. Siento su mano deslizarse por mi rostro, con tanta delicadeza como si estuviera tocando el cristal más fino. Como sólo mi madre puede hacer, intentando adivinar qué mal me acecha. No es habitual encontrarme a estas horas tumbada en el sillón, con mis pies colgando sobre el reposabrazos, balanceándose sin alcanzar el suelo, y en ese estado de duermevela.    - Sólo estoy cansada mamá - intento responder con la voz más serena que soy capaz de emitir en este momento. No quiero que continúe insistiendo, sólo quiero

Velocidad

¡Acelera! ¡¡¡Frena!!! Pero no tanto… Si a día de hoy tengo una certeza absoluta esa es que tu pasión es la velocidad. Esa que te lleva a moverte como una hoja zarandeada por un viento de tormenta. Esa que caracteriza también tu forma de relacionarte. La que te empuja a actuar de una forma tan arrolladora que nos deja sin capacidad de reacción a cuántos te rodeamos. Pero en el momento del sprint final, cuando aparentemente tienes el pódium al alcance de tu mano, esta velocidad se reduce bruscamente, de un modo incomprensible. Hasta que al final llegue el momento en el que te pares, porque la carrera se torna interminable. En ocasiones me recuerdas al conductor novel, que al reducir la velocidad de sexta pasa, por error, a tercera, ¿escuchas el rugir del automóvil en el preciso instante de levantar el pie del embrague? Sólo que tú, en lugar de tercera metes primera directamente. De ciento ochenta a cero en un nanosegundo. Sin darme tiempo tan siquiera de parpadear. ¿Eres capa

Noches de verano

Uno, dos, tres… cincuenta. ¡Voy! Era una noche clara de verano en la que los termómetros marcaban dieciocho grados; en definitiva, una noche cálida para el clima gélido propio de esa región. Una luna llena iluminaba el cielo repleto de estrellas mientras María y Patro se encontraban sentadas en el banco de madera con sus hombros cubiertos por sus chaquetas de punto, azul marino y negra respectivamente, que me atrevería a aventurar que ellas mismas habían tejido. Ambas charlaban pausadamente sobre el devenir de la vida con esa sabiduría que sólo las experiencias de la vida otorgan. Tan sólo a diez metros de ellas, el silencio de la noche era roto por el contar de los números de aquel pequeño de ocho años mientras sus amigos corrían presurosos y con el mayor sigilo del que eran capaces en busca del mejor escondite. Aquél que al final de esa ronda les permitiera cantar, ¡por mí y por todos mis compañeros!, para no tenerla que posar a la siguiente. O en el peor de los casos, para

Reflexiones de vida

La vida. Ese concepto tan amplio a la par que ambiguo. Esa de la que muchos dicen que sólo hay una. Esa que los cristianos creen que prosigue más allá de la muerte. Esa que para los egipcios era un ciclo fluido de armonía cósmica. Esa que para los aztecas era una reflejo de la necesidad de renovación que presenta el mundo. Esa vida que, como ha tomado por eslogan el mundo del toro tras la muerte de Víctor Barrio, “ la viven los cobardes y la disfrutan los valientes ”. Pero, a pesar de las diferentes perspectivas y la ambigüedad que rodean a este concepto, si hay algo claro en torno a él es que hablar de vida supone hablar de evolución. Una evolución que en sus primeras etapas supone una adquisición de competencias, la vivencia de experiencias. En definitiva, el desarrollo de una personalidad, que se deriva de estas experiencias. El niño crece, el niño juega, el niño da paso al adolescente, que en un parpadeo es un adulto joven. Una persona con proyectos, con sus expectativas de v

Tormenta

No olvidaré aquella mañana todavía de verano, en la que ya se podía respirar el aire de otoño. Aquél amanecer que estaba temiendo durante toda la noche porque tenía la certeza de que iba a verte. De que íbamos a vernos. De que iba a tener lugar ese encuentro del que no sabía qué esperar. ¿Qué expectativas podía tener después de una semana sin verte, sin escucharte, sin leerte? ¿Qué expectativas podía tener después de nuestra cita fallida? Esa cita de la que no logro saber si no nos entendimos, si fue un olvido real o si fue un olvido a propósito. No se desprende rencor de mis palabras, sólo dolor. Al abrir la ventana vislumbré que aquél 11 de septiembre no podía ser un buen día. El cielo estaba encapotado, las nubes se cernían sobre el horizonte y amenazaban tormenta. Tormenta que se inició en el mismo momento en que puse un pie en la calle. Sin lugar a dudas el tiempo de ese día no era más que un mero reflejo de mis emociones. Y luego llegaste tú. Tú, que hiciste cas

Sólo la causa

Porque todo en esta vida empieza con un “porque”. Sí, con un “porque” afirmativo, explicativo de una causalidad, porque hay preguntas que no necesitan ser formuladas. Porque sé por qué empiezo a escribir aquí y ahora. Porque sé que todos mis sentimientos no pueden permanecer callados. Porque espero tener el valor en algún momento de pedirte que leas lo que ahora no tengo el valor de decirte. Porque en el silencio de la noche es cuando el corazón quiere hacerse oír. Porque es en la oscuridad de la noche cuando se vislumbran los sentimientos. Porque sé que te quiero. Porque sé que te adoro. Porque sé que te extraño. Porque perdí la razón. Porque desde el primer momento todo ha sido ilógico. Pero imagino que en esta carencia de lógica es donde afloran los sentimientos, ¿no? ¿Por qué sino iban a ser estos la fuerza que mueve el mundo? Sí, ahora es cuando comienzan los interrogantes. Pero si todos parten de una afirmación, si la base es clara, ¿por qué hacemos todo tan difícil? ¿Por qué n