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Sin razón...

Qué equivocados estamos cuando creemos ser poseedores de la única verdad, coincidente con una realidad que únicamente está presente en nuestra imaginación. Qué poca capacidad de dotar de perspectiva la realidad tenemos cuando pensamos que aquello que está en nuestra cabeza es lo único totalmente cierto. ¡Y qué ciegos al no ver todo lo que se muestra! Porque en realidad no está oculto, sólo nos engañamos en taparlo con un fino velo.

Pero lo más lamentable es que en numerosas ocasiones sólo somos conscientes del límite de ocultación de la realidad que ha reflejado nuestra mente cuando el transcurso del tiempo nos ha obligado a cambiar de perspectiva. Sin embargo, en numerosas ocasiones, esta nueva perspectiva implica una visión más cruel, y ahora sí, certera, de esa realidad que en otro tiempo nos empeñábamos en ver.

¿Qué más da si transcurrido el tiempo somos conscientes de nuestros errores? ¿Qué importa a tiempo vencido entender esa realidad, si los sentimientos ya no tienen cabida? Lo realmente importante en ese momento es no repetir el mismo error, aunque ahora te posiciones en el lado opuesto. O aunque quizá estés en el mismo lugar, pero ahora sí que sea realidad aquello que en otro tiempo interpretabas como tal. Si bien ya no sé, en qué punto se encuentra esa fina línea que separa la realidad con la imaginación.

Lo único que sé a ciencia cierta es que no puede ser más difícil interpretar la emoción. Que nunca es posible saber dónde está la realidad y dónde la ficción cuando se trata de entender la del otro. Y que esa misma cuestión, es la que pasa infinitamente por tantas mentes.

Y que poco importa lo que yo escriba aquí y ahora cuando poco importa lo que siento. Porque el mismo valor tiene las palabras que el sentimiento cuando a este no se le dota de valor... Y menos si cabe, cuando no se muestra intención de interpretar su exposición.


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