Ir al contenido principal

Una última vez a ti

Sé que algún día abriré los ojos y seré capaz de formular en voz alta todos esos pensamientos fugaces que habitualmente pasan por mi mente. Ese día seré capaz de hablar de sentimientos, de cómo tu mera presencia remueve mis entrañas. Con mis palabras lograré hacerte entender el efecto que tiene sobre mí cada una de tus miradas. Podré explicarte que cada una de tus caricias me hace sentir que somos sólo uno. Ese día seré capaz de detener tu tiempo como cada uno de tus besos detiene el mío.

Sin embargo, esa cobardía que me impide aceptar mis sentimientos es la misma que te hace a ti dudar de ellos. Es esa fuerza incomprensible que no nos permite adentrarnos en el juego, que evita que arriesguemos en la partida. Es el temor fundado hacia lo desconocido lo que puede llevar a que todo acabe sin llegar a ser. Son esos miedos los que nos pueden llevar a otro orden de pensamientos que se encuentran en la línea opuesta; si bien, no serán los pensamientos los únicos que acaben en la línea opuesta. Nosotros mismos acabaremos tan distantes el uno del otro… ¡será tan grande la distancia que se interponga entre nosotros!

Te echo de menos. Echo de menos lo que pudo haber sido y no fue. Echo de menos lo que en mi mente fue tan real. Aunque, ¿realmente se puede echar de menos lo que no fue? ¿o lo que solamente fue un pensamiento? Intenso, sí. Pero realmente un mero pensamiento...

Pero la culpa de esto no puede ser solamente tuya. Como yo tampoco puedo atribuirme todo el mérito de este rotundo fracaso. Ambos andamos sin rumbo por un camino sinuoso, en el que no sólo nos persiguen nuestras sombras que nos obligan a girarnos a cada instante para revisar que no son reales. Por el contrario, a estas sombras se suman esas piedras que estamos empeñados en interponer en él y que nos impiden avanzar. Esas piedras que van a impedir nuestras miradas furtivas, que van a interferir ante cada abrazo y ante cada beso.



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Recapitulación...

 " Y yo, ¿por qué salté? Si siempre tuve miedo a las alturas… ” La caída iba a descomponerme en mil pedazos, pero eso no se me ocurrió pensarlo en el momento de dar el salto. Al igual que tampoco se me ocurrió pensar en lo ardua que sería la tarea de ir recogiendo y pegando cada uno de mis propios pedacitos. Sin embargo, en este momento en el que veo alejarse el tren sentada en el andén no puedo dejar de pensar en la adrenalina del salto, y que sólo sentía aumentar según avanzaba en la caída; esa que me daba la vida a pesar de verme cada vez más próxima al suelo. Esa que me hizo sentir tan viva y tan especial a cada segundo que pasaba, a cada escena de esa película que no sólo estaba en mi cabeza (o quizá sí, porque " escribo sobre momentos perfectos que nunca recuerdo si existieron en realidad "). A lo largo de todo el viaje me ha acompañado la banda sonora que no cesa en su intento de ponerle voz a mis propios sentimientos. No puedo evitar pensar que las cicatrices que

Qué puta la vida

  "Cierra los ojos ". " Coge aire; despacio ". " No llores ". Me repito estos pensamientos mientras siento las lágrimas rodar por mis mejillas. No puedo más que intentar tranquilizarme cuando lo único que siento es no poder tenerte a mi lado. ¿Quién dijo que todo esto sería fácil? ¿Cómo relajarme, si toda mi tranquilidad residía en abrazarme a ti cuando me desvelaba por la noche? ¿Cómo ser feliz, si toda mi felicidad partía del sabor de tus besos? En definitiva, ¿Cómo seguir la vida, si toda mi vida sólo tenía sentido contigo como eje? Después de tantas noches luchando por poder pasarlas a tu lado, ¿cómo es posible que ahora las tenga que estar dejando marchar? Aunque en realidad, creo que todas ellas parten de la pregunta base a la que nunca quise prestar demasiada atención: ¿por qué se me ocurrió quererte? Si en realidad siempre supe que no podría tenerte. Siempre he tenido claro que el devenir de la vida es caprichoso, que en muchas ocasio

Oppresus

Al igual que cada una de las veces que comienzo a escribir, me encuentro ante una hoja en blanco invitándome a plasmar sobre ella cada una de las ideas que se encuentran en mi pensamiento. El bolígrafo comienza a deslizarse sobre ella y la tinta azul ensucia progresivamente ese brillo del blanco impoluto, que lucía tan solo unos segundos antes, con el trazo irregular de mi caligrafía. Sin embargo, las palabras no acaban de tomar forma en mi mente. Sé perfectamente cómo me siento, pero no cómo plasmar estas palabras por escrito. Para comenzar, puedo afirmar que llorar es la única acción que tiene sentido en este instante para mí. Sin embargo, mis lagrimas se han empeñado en no brotar libremente de mis ojos. Una fuerza extraña oprime mi garganta, me asfixia. Siento como cada una de las células de mi cuerpo necesita de ese oxígeno que no reciben. Intento zafarme de esa opresión que hay sobre mi garganta, pero no soy capaz de lograrlo. Mis manos no pueden luchar contra una fuerza invisible