Sé que algún día abriré los ojos y seré capaz de formular en voz alta todos esos pensamientos fugaces que habitualmente pasan por mi mente. Ese día seré capaz de hablar de sentimientos, de cómo tu mera presencia remueve mis entrañas. Con mis palabras lograré hacerte entender el efecto que tiene sobre mí cada una de tus miradas. Podré explicarte que cada una de tus caricias me hace sentir que somos sólo uno. Ese día seré capaz de detener tu tiempo como cada uno de tus besos detiene el mío.
Sin embargo, esa cobardía que me impide aceptar mis sentimientos es la misma que te hace a ti dudar de ellos. Es esa fuerza incomprensible que no nos permite adentrarnos en el juego, que evita que arriesguemos en la partida. Es el temor fundado hacia lo desconocido lo que puede llevar a que todo acabe sin llegar a ser. Son esos miedos los que nos pueden llevar a otro orden de pensamientos que se encuentran en la línea opuesta; si bien, no serán los pensamientos los únicos que acaben en la línea opuesta. Nosotros mismos acabaremos tan distantes el uno del otro… ¡será tan grande la distancia que se interponga entre nosotros!
Te echo de menos. Echo de menos lo que pudo haber sido y no fue. Echo de menos lo que en mi mente fue tan real. Aunque, ¿realmente se puede echar de menos lo que no fue? ¿o lo que solamente fue un pensamiento? Intenso, sí. Pero realmente un mero pensamiento...
Pero la culpa de esto no puede ser solamente tuya. Como yo tampoco puedo atribuirme todo el mérito de este rotundo fracaso. Ambos andamos sin rumbo por un camino sinuoso, en el que no sólo nos persiguen nuestras sombras que nos obligan a girarnos a cada instante para revisar que no son reales. Por el contrario, a estas sombras se suman esas piedras que estamos empeñados en interponer en él y que nos impiden avanzar. Esas piedras que van a impedir nuestras miradas furtivas, que van a interferir ante cada abrazo y ante cada beso.
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