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Ya son dos

Abuela, los viernes por la noche se han convertido en una auténtica pesadilla. Suponen el inicio de una nueva cuenta. La cuenta de las semanas que hace que ya no te veo, que ya no te escucho. 

Al llegar esta noche a casa, después de haber estado todo el verano subiendo corriendo a ver si estaba todo en orden, la primera intención ha sido ir corriendo hacia tu cama para comprobar si tú estabas ahí, pero no. El vacío ha inundado toda mi alma.

Y mira que la semana pasada me prometí no estar haciendo lo mismo esta, escribiéndote como si me fueras a leer, pero no lo he podido evitar. Ha sido tan extraña la sensación al entrar en casa... y, no voy a negarlo, he sentido tanto miedo también. 

Pero no todo ha sido triste. Al pasar por la puerta del horno de la Enriqueta nos he visto en aquellas noches de verano, cuando yo era una enana, y me iba de paseo contigo y la tía Patro, para después sentarnos a la fresca. Me viene a la mente cuando íbamos con ella, siempre tan única también, y cogíamos cerezas verdes de los morenos... Recuerdo cómo me arropaste cuando la tía Patro se nos fue, que también fue duro, y nunca ha llegado a abandonar mi mente. Ninguna de las dos lo haréis... Me estoy dando cuenta de que estáis tan juntas las dos en los buenos recuerdos de infancia... y lo pronto que tú caíste enferma tras su muerte. Se podría decir que casi no os llevasteis tiempo en morir, porque con lo movida que eras tú, fue una muerte en vida. Aunque esa te permitió conocer a tus bisnietos. Esos dos bichejos que es casi por lo único que preguntabas en las últimas semanas en el hospital. ¡Qué tres semanas! Cuando me llamó la mamá para que me fuese a hablar con tu médica no pensé que no superaríamos esta racha, aunque Amelia ya intentó concienciarme en ese momento de cuál era el desenlace más plausible. No llegaré a entender qué pasó esa última semana porque la inflamación había bajado y tu tez había recuperado su color habitual, pero te nos fuiste.
No puedo dejar de pensar en ti. Te veo desde el muro corriendo por la cocina a través de la ventana, preparando la cena para todos en agosto. Y quitando los hierbajos de las flores en la puerta, de conversación con la Manuela. Te veo sentada en el sillón, haciéndome las medias de baturra. Ahora sí que puedo empezar a valorar todos esos recuerdos tuyos a los que nunca les he dado la menor importancia. 
Otro que tampoco puede dejar de pensar en ti es el abuelo, créeme. Parece otro desde que te fuiste... Es cierto que en el último año también se nos estaba apagando, pero desde que te marchaste se nos apaga a pasos agigantados. Está acelerando el tiempo para reunirse contigo, lo tengo claro. Tendrías que ver lo frágil que parece cada mañana cuando se levanta y lo primero que hace cuando sale de la habitación es mirar hacia tu cama vacía, cuando nos pide que lo sentemos en ese sillón que en la mente de todos lleva tu nombre y, por descontado, en las ocasiones que nos ha preguntado por ti desde que te fuiste. No asimila que te hayas marchado. Espero no tener que enfrentarme en esta vida muchas veces a situaciones tan difíciles como fue tener que decirle que ya no estás entre nosotros.
Te quiero abuela.
Cuando sepa cómo, te mandaré el beso más grande del universo.

Pasar por el cementerio y pensar que tú te quedas ahí, haga frío o calor... que soy consciente de que es un pensamiento irracional, pero no soy capaz de asimilar la idea de que estés tan lejos de mí.

Llegar a casa y ver tu sillón y tu cama vacía cada vez que entro por la puerta me rompe el corazón. Poner la mesa y coger el vaso pequeño, sentarnos a comer y no saber cómo ubicarnos, qué hacer con el sitio donde siempre te sentabas tú... son los pequeños detalles del día a día que me resultan tan extraños últimamente. 



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