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Sólo la causa

Porque todo en esta vida empieza con un “porque”. Sí, con un “porque” afirmativo, explicativo de una causalidad, porque hay preguntas que no necesitan ser formuladas. Porque sé por qué empiezo a escribir aquí y ahora. Porque sé que todos mis sentimientos no pueden permanecer callados. Porque espero tener el valor en algún momento de pedirte que leas lo que ahora no tengo el valor de decirte. Porque en el silencio de la noche es cuando el corazón quiere hacerse oír. Porque es en la oscuridad de la noche cuando se vislumbran los sentimientos. Porque sé que te quiero. Porque sé que te adoro. Porque sé que te extraño. Porque perdí la razón. Porque desde el primer momento todo ha sido ilógico.

Pero imagino que en esta carencia de lógica es donde afloran los sentimientos, ¿no? ¿Por qué sino iban a ser estos la fuerza que mueve el mundo? Sí, ahora es cuando comienzan los interrogantes. Pero si todos parten de una afirmación, si la base es clara, ¿por qué hacemos todo tan difícil? ¿Por qué nos cuesta tanto dejar hablar al corazón? ¿Por qué siempre intentamos imponer la razón? ¿Por qué nos protegemos frente a los demás cuando en ocasiones de los primeros que necesitamos protegernos es de nosotros mismos?

Entendernos y protegernos. ¿O sería más bien entendernos protegiéndonos? Evidentemente, protegiéndonos a nosotros mismos, sin saber de qué. Esto es un juego de dos, pero no sólo somos dos. Al igual que los números infinitos, cada uno de nosotros somos sólo uno, pero son tantas y tan independientes las partes que dan forma a esta unidad. Pero… si cada una de ellas es capaz de tener valor de forma independiente, ¿qué sentido tiene unirlas? ¿es mayor el valor del conjunto que la suma individualizada de cada una de ellas? Y todavía más importante, ¿y si unimos el valor de ambos?

Porque todo sería más fácil si sólo tuviésemos porqués…


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