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Velocidad


¡Acelera! ¡¡¡Frena!!! Pero no tanto…

Si a día de hoy tengo una certeza absoluta esa es que tu pasión es la velocidad. Esa que te lleva a moverte como una hoja zarandeada por un viento de tormenta. Esa que caracteriza también tu forma de relacionarte. La que te empuja a actuar de una forma tan arrolladora que nos deja sin capacidad de reacción a cuántos te rodeamos.

Pero en el momento del sprint final, cuando aparentemente tienes el pódium al alcance de tu mano, esta velocidad se reduce bruscamente, de un modo incomprensible. Hasta que al final llegue el momento en el que te pares, porque la carrera se torna interminable. En ocasiones me recuerdas al conductor novel, que al reducir la velocidad de sexta pasa, por error, a tercera, ¿escuchas el rugir del automóvil en el preciso instante de levantar el pie del embrague? Sólo que tú, en lugar de tercera metes primera directamente. De ciento ochenta a cero en un nanosegundo. Sin darme tiempo tan siquiera de parpadear. ¿Eres capaz de imaginar cuál es mi sentir en ese preciso instante? ¿Puedes intuir la infinidad de preguntas que se agolpan en mi mente? Esas que aparecen a la misma velocidad a la que tú te encontrabas tan sólo un suspiro antes.

Este cambio de marchas provoca en mí un cambio de actitud. Meter marcha atrás inmediatamente, de una forma tan natural e instintiva como el inspirar al respirar. Y así volvemos a empezar. 
Con unos miedos rotos, con otros miedos nuevos.
Más cercanos, pero más distantes. ¿O más bien sería a la inversa?
Con el corazón dolido, pero a la vez más fuerte. Aunque indudablemente contigo más presente.
Y lo temo. Lo temo porque a pesar de tener la certeza de que ambos romperemos la caja de cambios estamos cada vez más cerca.



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