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Una semana

Una semana.

Una semana ha pasado ya desde que me despertó el sonido del teléfono en el silencio de la noche. Pasadas las cuatro de la madrugada de aquel sábado. En cuanto lo escuché tuve la certeza de que tu luz se había apagado. Estaba segura de que te habías ido. No podía haber alternativa. Salir corriendo en busca de la mamá, que tenía la misma certeza que yo en lo que se refiere al significado de aquella llamada, fue una acción tan involuntaria como el movimiento diastólico del corazón. 

Créeme abuela, nunca la había visto tan frágil y vulnerable. Y eso que mantuvo la entereza como sólo ella sabe. Con esa fuerza que habéis tenido las dos generaciones y que yo me veo incapaz de perpetuar.

Abuela, ha pasado justo una semana desde que te fuiste y todavía no soy capaz de creérmelo. El vacío que has dejado en mí es tan grande que lo veo imposible de llenar.  Y eso que todavía no he llegado a casa, donde temo encontrarme tu cama vacía. Llevo toda la semana como viviendo en una nube en la que no soy capaz de creer que esto haya pasado, pero ahora que me detengo a pensar hace una semana que te vi por última vez. Que nuestras últimas palabras terrenales fueron: abuela, me subo al pueblo, ¿le doy un beso al abuelo? A lo que te encogiste de hombros. ¿Y a la mamá? Y me dijiste convencida: sí, sí, sí. Porque si el vacío que has dejado en mí ha sido grande no me puedo ni imaginar el que has dejado en ella... Ella que lo ha estado dando todo por vosotros. Ella que tiene un corazón tan grande que ese sí que va a ser imposible de llenar. 

Está siendo tan difícil esta semana sin ti a pesar de que creía llevar tiempo concienciada de que esto llegaría... A pesar de haberte visto sufrir cada día más en estos últimos tiempos. Hace días que dejaste de ser la María de antaño (tanto que, ya lo siento, pero casi ni lo recuerdo), pero es ahora cuando ya no harás más papelicos, cuando he dejado de vivir anécdotas contigo.

Hace una semana que me derrumbé en el tanatorio al verte, porque no me podía creer que era la última vez que lo iba a hacer. Pero esa no eras tú. Tú eres la que vive en mi mente. A la que veo salir corriendo por las escaleras un miércoles de verano para irse a comprar helados a la plaza con la tía Carmen porque no nos podían faltar a ningún nieto. A la que veo los domingos con su libreta verde con los números de teléfono movilizando a todas las mujeres del pueblo para ir a los jubilados a echar la partida, mientras se pinta los labios. A la que se pasa las tardes de invierno jugando al parchís con la tía al calor de la estufa y las noches de verano en la fresca. Eso ahora lo podréis retomar, allá donde quiera que estéis, porque seguro que muy lejos no podéis estar. Tía, protégemela.

Y sé que también estarás con quien llevabas tantos años queriendo reunirte. Seguro que a pesar de la inocencia con que se fue ya se conoce el cielo como la palma de su mano. Ahora le toca a él cuidar de ti, a pesar del poco tiempo que el destino te dejó cuidar de él en el mundo terrenal. Cuidad el uno del otro, que tarde o temprano todos nos reuniremos. Abuela, tienes a tantos y tan queridos allá arriba... pero es tan grande el dolor que tenemos los que nos hemos quedado aquí. 

Pero la que vive en mi mente también es la María que sobrevivió a esos más de diez años de viajes por su enfermedad. A la que en los primeros años intentaba engañar para que hiciéramos arroz con leche, pero ya se negaba a pisar la cocina. A la que había que mover en silla de ruedas. La que se pasaba toda la noche llamando a la mamá... porque los momentos malos también son de esta vida, y ahora pienso en que hay que quedarse con que los vivimos juntos. Que también está ese intervalo intermedio menos malo, que tampoco bueno, en el que aguantaba la respiración para poder escuchar la tuya y los ronquidos del abuelo y asegurarme que todavía seguíais aquí, conmigo. Ahora tú ya no. 

Y también tengo en mente estas últimas semanas en el hospital, en las que yo me negaba a creer el desenlace. ¡Si te he visto tantas veces tan mal! ¿Cómo iba a acabar todo ahora? Si tenías buen aspecto, si seguías sonriendo al vernos (¡y poniéndome caras!) ¿A quién le voy a sacar yo ahora la lengua? 

Bueno abuela, como esta noche ya no voy a escuchar un ¿aún te acuestas ahora? ¿Qué hora es? de esos que me han dado tanta rabia siempre (y que como no puede ser de otro modo ahora echo de menos) voy a ver si consigo dormir. 

Buenas noches


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