Ir al contenido principal

Inconsecuencia tenaz

CAPÍTULO I: LLEGADA

Una estrecha carretera de trazo sinuoso se despliega ante mis ojos. Apenas alcanzo a ver los próximos doscientos metros de trayecto puesto que una curva pronunciada a la derecha impide que pueda observar a una mayor distancia el itinerario que todavía me falta por recorrer. El firme de la calzada se desprende ante el mero roce de las ruedas y las líneas blancas que en un pasado marcaron el límite de la carretera se encuentran tan desgastadas que apenas son perceptibles; tan sólo queda alguna mera muestra que refleja que hace tiempo estuvieron ahí.

Me encuentro tan concentrada en no salirme de la carretera en cada una de estas curvas y en intentar anticipar la posibilidad de que se aproxime otro vehículo en dirección contraria que no soy capaz de apreciar la belleza del paisaje que se interpone ante mis ojos. He logrado desviar ligeramente la mirada hacia el cielo y apenas alcanzo a ver la cumbre nevada de las montañas desprovistas de vegetación, debido a la altura, que se encuentran en mi camino. Un torrente de agua brota con bravura desde un punto intermedio de la montaña. A simple vista, y teniendo en cuenta que la carretera tiene absorbida por entera mi atención, parece que resquebraja la montaña para fluir libremente.

Sin embargo, a pesar de que el trayecto se torna interminable ante la escabrosidad de la carretera, agradezco que no me permita despistarme ni por un instante y atraiga toda mi atención. Esto impide que continúe pensando en el motivo que me ha traído hasta aquí, y que solamente lograría que el camino me resulte todavía más largo. Una vez que finalice esta carretera me encontraré ante una vida totalmente nueva y desconocida para mí. Sin embargo, en este momento no soy tan siquiera mínimamente consciente de cómo será mi vida durante los próximos meses. O quizá cambie radicalmente para siempre.

Una llamada ayer a última hora de la mañana es la responsable de los más de quinientos kilómetros que llevo recorridos. El comienzo de una nueva vida en un lugar tan recóndito y lejano de mi zona de confort me aterra, pero al mismo tiempo me enfrento a él con ilusión. Si estoy aquí es para cumplir ese sueño hacia el que he estado encaminando todos mis pasos en los último años. No dejo de repetirme esto desde ayer para intentar tranquilizarme.

Siempre quise dedicarme a la docencia. Ese ha sido mi sueño desde que tengo uso de razón. Si estudié la licenciatura de historia del arte ya fue con la intención de transmitir en algún momento mi pasión por la arquitectura a nuevas generaciones. Sin embargo, el comienzo en esta andadura no va a ser fácil, y precisamente por esto estoy recorriendo esta carretera tan alejada de ese tráfico bullicioso al que estoy acostumbrada.

"Un poco de tranquilidad no te vendrá mal" - Me estoy repitiendo constantemente este pensamiento para tratar de creérmelo, pero soy plenamente consciente de que un pueblo de montaña de trescientos habitantes no cumple con mis expectativas de vida. Jamás fue mi sueño vivir únicamente con los servicios mínimos y mis amigas tan lejos. ¡Casi se mueren ayer cuando les di la noticia! Aunque con la búsqueda de piso exprés no he tenido tiempo de leer los quinientos mensajes de WhatsApp que llevan escritos.

He girado la última curva a la izquierda, o al menos eso parece, porque se despliega ante mis ojos un pequeño pueblo de viviendas unifamiliares de piedra gris y tejados puntiagudos negros. Sobre él se alzan imponentes las montañas más altas que he visto en mi vida, encumbradas de nieve. En la entrada del pueblo hay dos señores mayores sentados en un banco con la chaqueta desabrochada y la bufanda en la mano.

"¡Si hace un frío inmenso!; Se van a constipar..."  - pienso aterrada mientras los observo. Levantan ambos la mano a modo de saludo al unísono y yo respondo con una ligera inclinación de la cabeza. No lo esperaba y no me ha dado tiempo a responder de otro modo. Aparco el coche en el primer lugar que veo y me dirijo hacia el bar del pueblo. La dueña del piso que voy a ver me dijo que me dirigiese allí y ella iría a buscarme.

 - Buenos días - saludo en el momento en el que pongo un pie en el bar. Al levantar la vista me he quedado paralizada. Ha sido como si se hubiera parado el tiempo y en ese momento sólo existiera él. Detrás de la barra del bar, un joven de unos treinta años, de cabello negro azabache y unos ojos igual de oscuros se ha girado hacia donde me encuentro. Me observa con detenimiento, fijando su mirada intensa en mis ojos.

- ¡Hola! - me contesta en tono alegre. "¡Oh, Dios!" Su voz es tan grave y profunda que me seduce al instante. - Supongo que eres Mireia. Me avisó Magdalena de tu llegada y no hay muchas caras nuevas por aquí, ¿qué tal ha ido el viaje?

¡No! no puedo ser tan estúpida... Me siento incapaz de articular palabra... Me está observando expectante, al tiempo que parece preocuparse.

- ¿Te encuentras bien? - me pregunta, con un tono ligeramente más suave que antes.

- Sí, perdona - He logrado balbucear dos palabras seguidas, no me lo puedo creer. Espero no seguir haciendo el ridículo de una manera tan estrepitosa. - He acabado un poco mareada después del viaje. - "¡Bien!" He hilado toda una frase completa. En este momento me siento orgullosa de mí misma.

Se carcajea nada disimuladamente. "¡No puede ser! ¿Y ahora que he dicho que le resulta tan gracioso?" - pienso. Esa risa con un toque malvado que resuena todavía en mi cabeza ha encendido mis mejillas; si ya de por sí no estaban lo suficientemente ruborizadas desde que he puesto un pie en ese bar.  Sin embargo, en esta ocasión el rubor es por ese cabreo impotente que me ha generado su carcajada.

- Sí. Estas carreteras son complicadas cuando no las conoces - dice con un tono sarcástico.

- ¿No ha llegado Magdalena todavía? - lo corto tajantemente. Me ha parecido borde incluso a mí, pero me ha molestado su tono tanto como la carcajada.

- No, me ha pedido que te enseñe yo el apartamento, pero tendrás que esperar un momento hasta que venga mi compañero para hacerme el relevo - contesta con un tono de voz de resignación.

Mi andadura por estos lares no podía haber empezado mejor y peor al mismo tiempo. Me dirijo a la mesa más próxima a la puerta y me siento al tiempo que saco el móvil del bolso para informar en casa de que después de quinientos kilómetros de carretera y unas curvas mortales he llegado a mi destino sin ningún problema y estoy esperando a que el camarero que me genera sentimientos encontrados me enseñe el apartamento. Realmente, estoy cabreada con él, pero soy plenamente consciente de que es conmigo misma con quien debería estar enfadada.

Desbloqueo el móvil y veo que el último mensaje que tengo es de Sandra:

¿Qué pasa Mireia? ¿Ya has ligado con algún montañés atractivo y te has olvidado del mundo? - Al leerlo se me escapa una sonrisa estúpida, que se queda estampada en mi rostro. Siempre es tan oportuna... ¡parece que me esté espiando!

- ¿El novio? - escucho su voz socarrona de nuevo desde la barra.

Me giro y le lanzo una mirada condescendiente. El rubor a vuelto a mis mejillas, pero no me digno a contestar. Desvío de nuevo toda mi atención al móvil para informar en casa. Ya contestaré al resto cuando vea el apartamento. En realidad es el único que alquilan en el pueblo y no estoy dispuesta a tener que conducir todos los días por esas carreteras nevadas, así que la búsqueda a a ser breve. Tanto si me gusta como si no, voy a tener que quedarme en él.

- ¡Hey! - Escucho una voz graciosa desde la puerta. Me giro y veo a un chico bajito, de no más de dieciocho años. Rubio, de ojos claros y una energía arrolladora que le hace ir corriendo de un lado para otro.

- ¡Hola!- contesto con ese tono cantarían que me sale inconscientemente con quienes me generan confianza.

- Hermanito, tú le has caído mejor que yo a la vecina nueva - escucho de nuevo su voz seria con un toque socarrón. 

"¿Ha dicho hermanito? ¿De verdad cabe la mínima posibilidad de que sean hermanos? Y lo más importante, ¿vecinos? ¿realmente vamos a ser vecinos?" - Me encuentro tan inmersa en estos pensamientos que no me he dado cuenta de que mi mirada va de uno a otro con un atisbo más que evidente de incredulidad.

- ¿Vamos? - su voz me saca de nuevo de mi ensimismamiento. Me giro hacia él y veo que me observa con una sonrisa de autosuficiencia que me saca de mis casillas. En su mirada trasluce un brillo de diversión.

"No puede ser; se está riendo de nuevo de mí" - pienso indignada. Intento reflejarlo a través de mi mirada, como si fuera capaz de darse por aludido...




Comentarios

Entradas populares de este blog

Sin razón...

Qué equivocados estamos cuando creemos ser poseedores de la única verdad, coincidente con una realidad que únicamente está presente en nuestra imaginación. Qué poca capacidad de dotar de perspectiva la realidad tenemos cuando pensamos que aquello que está en nuestra cabeza es lo único totalmente cierto. ¡Y qué ciegos al no ver todo lo que se muestra! Porque en realidad no está oculto, sólo nos engañamos en taparlo con un fino velo. Pero lo más lamentable es que en numerosas ocasiones sólo somos conscientes del límite de ocultación de la realidad que ha reflejado nuestra mente cuando el transcurso del tiempo nos ha obligado a cambiar de perspectiva. Sin embargo, en numerosas ocasiones, esta nueva perspectiva implica una visión más cruel, y ahora sí, certera, de esa realidad que en otro tiempo nos empeñábamos en ver. ¿Qué más da si transcurrido el tiempo somos conscientes de nuestros errores? ¿Qué importa a tiempo vencido entender esa realidad, si los sentimientos ya no tienen cabida? Lo...

A ti, abuelo

"Esta vida es una mentira" Abuelo, no creas que no le estoy dando vueltas a esa frase en estas últimas semanas desde que nos dejaste y sólo llego a una única conclusión: es una mentira que nos va quitando aquello que nos ha estado dando; nos engaña con una falsa felicidad que después nos roba. Ya sabías tú de lo que hablabas... Ya habías sufrido tú sus efectos antes de que los demás llegáramos. Esa increíble felicidad que vivimos cuando somos niños; esa visión distorsionada del mundo que además se ve reforzada por quienes nos acompañan, se va diluyendo a lo largo de la vida. Pero tengo muy claro que yo no sería la persona que soy a día de hoy si esa felicidad no se hubiera construido entre vosotros, entre la abuela y tú. Sí abuelo, porque lo que es de la abuela, es del abuelo (¡y lo que te gustaba llamarla abuela porque sabías que a ella le molestaba!). No hay día en el que no me acuerde de vosotros... Ya sé que te estaba esperando la abuela allá donde tu Rosita no te ha acom...

Abismo

El precipicio se interpone en mi camino.  Me detengo y barajo rápidamente mis opciones. Puedo cerrar los ojos y saltar al vacío; es tal la profundidad que mis ojos no alcanzan a ver qué espera para amortiguar mi caída. También puedo volver por el mismo camino por el que he llegado a este punto, pero no considero que sea interesante desandar el camino andado. Además, citando a Antonio Machado: Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar. La decisión es más que evidente; está más que tomada: Cierro los ojos y doy un paso al frente. Sin mirar atrás. Durante la caída siento acelerarse mi pulso; en el vacío, las revoluciones a las que late mi corazón son millones por minuto.  Y mientras caigo, escucho en voz de Ricardo Cocciante: Y ahora siéntate, ahí de frente a mí. ...