La duración de las réplicas de un terremoto, ¿pueden prolongarse en el tiempo más que el propio terremoto? Esta es la pregunta que se cruza por mi mente mientras voy pasando distraídamente, y de forma sistemática, las hojas de la revista que acabo de coger mientras espero que llegue el autobús que ya lleva más de un cuarto de hora de retraso.
Desde que he puesto un pie en la estación, las imágenes que sucedieron hace un año no paran de pasar por mi mente a la velocidad de la luz. Las veo como si de la perspectiva de un espectador externo se tratase. Te veo con tu cabello rubio y rizado, un tanto alborotado, dando vueltas por el andén de la estación mientras hablas por teléfono con voz titubeante. Sólo yo sé que la persona con la que estás hablando soy yo misma porque cada minuto que se retrasa mi llegada sólo incrementa tus ganas de verme y tenerme entre tus brazos. De repente, has pausado el ritmo de tus pasos y te detienes con la mirada fija en la entrada de la estación. Un autobús blanco y rojo se adentra mientras cuelgas la llamada.
En el mismo momento en el que el autobús se detiene comienzas a acercarte lentamente hacia él.
Yo bajo por las escaleras de la parte trasera vestida con la misma minifalda de cuadros gris, que llevaba puesta ese extraño día en que todo esto comenzó, y un jersey rosa que me hará morir de calor durante todo el día. Es más que evidente que la distancia que he recorrido ha cambiado también el clima al que me enfrento.
En cuanto se cruzan nuestras miradas el palpitar nervioso y excitado de nuestros corazones es más que evidente. Ambos nos quedamos parados sin saber muy bien cómo reaccionar. Por suerte, el inconsciente actúa allá donde se ha perdido el conocimiento y nos aproximamos lentamente para acabar fundiéndonos en un beso apasionado al que ninguno de los dos habría puesto fin por voluntad propia.
Cuando al final logramos separar nuestros labios, nos encaminamos hacia la puerta entrelazando nuestros dedos.
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Estas imágenes se estaban reproduciendo en mi pensamiento cuando se ha interpuesto ante mis ojos esa imagen de la revista especializada que tengo entre mis manos. Ese verde brillante y luminoso, característico de las imágenes de auroras boreales, sobrepuesto sobre un fondo negro. Esa última imagen que convirtió en insalvable la brecha que rompió el cruce entre nuestros caminos, que supuso el inicio del fin de una historia que nadie sabía cuándo había comenzado, ni siquiera si había comenzado. O quizá comenzó mucho antes de que nosotros siquiera fuéramos conscientes de ello.
Mis dedos, esos que hace un año se entrelazaban con los tuyos, y a los que les gustaba hundirse en tu, ya de por sí, alborotado cabello, pasan de página presurosos. Por algún extraño motivo han considerado que si la imagen no llega a ser captada por mis ojos tampoco llegarán al corazón. Sin embargo, a pesar de su rapidez, el sentimiento ha sido más avispado todavía. El movimiento de mis dedos ha llegado tarde. Ya están de nuevo ahí todas esas preguntas sin respuesta que llevo tanto tiempo queriendo evitar. No deseo contestarlas, sólo quiero que se esfumen, que se volatilicen.
¿Cómo es posible que tanto tiempo después siga extrañando el sabor de tus besos cuando fue tan escaso el tiempo que me permitiste disfrutar de ellos? ¿Cómo es posible que siga soñando con tus caricias cuando sólo logré mantener durante unos instantes tu olor en mi piel? ¿Cómo es posible que tu recuerdo continúe apareciendo en mi pensamiento ante hechos tan cotidianos cuando fueron tan escasos los momentos que vivimos juntos?
Todas estas preguntas evidencian la respuesta a la más importante: sí, continuo amándote como esa primera noche en la que tus labios se posaron sobre los míos. Sólo tú continuas alterando mi sistema nervioso de un modo incontrolable. Esta respuesta involuntaria de mi organismo ni siquiera tú la podrás cambiar.
Las réplicas del terremoto logran mantener una duración mayor a la del propio terremoto, sin variar la intensidad. Sólo cambian las evidencias.
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